jueves, 8 de enero de 2009

La Iglesia como Autenticadora


Ahora que hemos publicado el Catecismo de la Iglesia Católica en el blog hermano http://losdocumentosdemife.blogspot.com/ considero más que nunca oportuno escribir esta entrada, que si bien ya llevaba algunos días dándome vueltas en la cabeza, no me había dado el tiempo para tal fin. Resulta que hace poco leí un artículo sobre diversos mitos que giran en torno a la persona de Jesús. Nada distraidos, los editores de la revista que lo publicó lo incluyeron en el número que salió a la venta poco antes de la celebración de la Navidad -al fin se trata de vender, ¿no?-. Algunos de esos mitos que ahi se trataron fueron que si Jesús murió en el Japón, que si vivió parte de su vida en Cachemira, que si se casó y tuvo hijos, que si tuvo un hermano gemelo, que si era homosexual, que si era extraterrestre... El origen de varios de ellos se da en la imaginación y deseo de sobresalir de alguno que otro periodista o dizque "estudioso", más bien sensacionalistas, pero lo interesante es comentar sobre aquellos que se originan en textos o tradiciones que, si bien su procedencia no acaba de ser muy clara, por diversos factores, entre otros, su antigüedad, han echado raíces en determinados grupos de personas.

No pretendo extenderme mucho en el comentario, solamente quiero llegar al título que he dado a la presente entrada, esto es, la justificación de la Iglesia Católica como la institución que determina la autenticidad de todo este tipo de teorías y corrientes controversiales sobre la vida de Jesús. Hay que recordar que el asunto es delicado, porque estamos hablando no sólo de un hombre que fue el fundador del cristianismo, sino de el Hombre-Dios, Aquel que por la fe sabemos que no sólo era el Hijo de Dios, sino Dios mismo, de ahi el que no abordar el tema con ligereza. De los mitos que he mencionado aquellos de que se casó y tuvo hijos y que además tuvo un hermano gemelo, tienen sus orígenes en los así llamados "Evangelios Apócrifos", es decir, aquellos que, por dudarse de su autenticidad y encontrar en ellos ambigüedades y poca solidez en su doctrina, no fueron incluidos dentro de los cuatro Evangelios Canónicos que todos conocemos (Marcos, Mateo, Lucas y Juan). Los ejemplos más claros son el "Proto Evangelio de Santiago" y el supuesto "Evangelio de Tomás", este último lleno de ideas gnósticas y maniqueístas.

Ante la confusión que puede generarse, y que de hecho se genera, por toda la información que ha llegado a encontrarse a lo largo de la historia entorno a la persona de Jesús, se vuelve necesarísima la existencia de un órgano autenticador, una institución confiable, con la tradición y raíces históricas, en suma, con la potestad para determinar la veracidad y utilidad de dicha información para los fines salvíficos a que Dios, encarnado en la persona de Jesus, Cristo, quiso venir a hacerse presente entre nosotros, fines para los cuales Él mismo instituyó su Iglesia de acuerdo a lo que establece el Evangelio de Mateo en su capítulo XVI, versículo 18: "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" y le dijo, además, "a ti te daré las llaves del reino de los cielos y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos" (versículo 19).

De esta forma, la Iglesia Católica encuentra una de las muchas justificaciones a su existencia, como autenticadora. Todavía habrá más de alguno que considere que este rol le quedó "porque no había de otra" y que afirme que la Iglesia utiliza su magisterio para manipular y dominar conciencias. A esto lo único que yo puedo decir es que no hay peor ciego que el que no quiere ver y, también, como está escrito en el Evangelio, en la parábola del Lázaro y el Rico Epulón: "ni aunque un muerto resucite" (cfr. Lc. XVI, 31).

La moraleja la pueden encontrar en el numeral 85 del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado íntegramente en http://losdocumentosdemife.blogspot.com/: "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma."

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